Exuberantes bosques. Montañas masivas. Caminos de curvas, y una niebla dulce y húmeda bailando a través de éstas. Aunque apropiado, ésta no es una descripción de Suiza. Ésta es la Mixteca. Y afortunadamente para nosotros, está en Oaxaca.
La Mixteca Alta, para ser exactos. Ubicada al noroeste de la capital oaxaqueña, los paisajes de la región son tan variados como sus pueblos. La región es, por supuesto, digna de una expedición de toda la vida; pero para nosotros, aprovechar al máximo un fin de semana libre fue todo lo que conseguimos en esa ocasión.
Viernes. Conducir hacia el norte desde Oaxaca hasta la región de la Mixteca es un viaje bastante espectacular. Después de un crucero confuso al llegar a Nochixtlan, la gran carretera se reduce a una ruta federal de dos vías que conduce a uno de los sitios más espectaculares de México: el templo dominicano de Yanhuitlán. Difícil de perder, este coloso barroco nos acerca al cielo con sus exquisitos retablos de madera tallada y un efecto acústico que te hace sentir diminuto. El principal altar de oro es una reminiscencia de nuestro amado Santo Domingo en la ciudad de Oaxaca, sin embargo, su tamaño es incomparable. Es sorprendente que esta hazaña haya sido financiada en su totalidad por exportaciones de grana cochinilla y seda a Europa.
El trayecto continúa por montañas erosionadas de color rojo ladrillo que te hacen creer que hiciste un giro equivocado y terminaste en el desierto de Arizona. Los efectos del sobrepastoreo son desalentadores, pero es difícil no admirar la belleza del terreno que lentamente implosiona, excavando zanjas profundas en la tierra, de la cual la vida logra aparecer como pasto seco, arbustos y mezquites torcidos. Después de girar a la izquierda en la intersección con la carretera a Huajuapan, dejamos atrás las laderas secas y entramos en el mundo de los bosques de montaña encantados. Pasamos varios estanques y ríos a medida que avanzamos, sorprendidos por la diversidad de árboles, y comenzamos a sentir el aire frío de la montaña apoderarse de nuestros huesos. Las curvas y las pendientes que suben y bajan hicieron que nuestras cabezas dieran vueltas, pero lo tomamos con calma y disfrutamos cada momento, hasta que aterrizamos en el corazón de la región: Tlaxiaco. El «Pequeño París», como se lo conocía a fines del siglo XIX, es la población más grande en las altas montañas mixtecas. La ciudad tiene una encantadora personalidad modernista, extrañamente equilibrando la burguesía occidental con una de las civilizaciones más antiguas del planeta. Una combinación perfecta para un agasajo cultural.
Sábado. El mercado, se levanta … y con la luz los compradores lo encuentran.. El sol de la madrugada se desliza sobre las montañas que rodean a Tlaxiaco, recibiendo a cientos de vendedores de toda la región que se reúnen en la plaza principal de la ciudad y sus alrededores. A sólo unos pasos del Hotel del Portal, estamos inmersos en un mar de gente y aromas exóticos que sólo se pueden encontrar en tal lugar. Las frutas y verduras frescas a la vista son un caleidoscopio de color. Las bebidas humeantes de la mañana como el atole y champurrado te hacen sentir algo acogedor por dentro. El maíz frito y las enormes ollas de pozole mixteco te hacen agua la boca. Y hay tantas, tantas artesanías: desde diferentes estilos de cerámica, madera tallada y huipiles y rebozos de hermosos colores, que te hacen pensar «¿por qué no trabajé esas horas extra el mes pasado?»
Después de disfrutar de una suculenta comida en el restaurante del hotel y de un merecido descanso, damos un paseo por las calles del centro de la ciudad, quedando lentamente más y más tranquilo después del alboroto del día. Pasamos por delante de la impresionante catedral principal y disfrutamos de unos dulces en el parque central, justo afuera del Ayuntamiento, donde un grupo de niños y adolescentes disfrutan de un amistoso pero apasionado juego de fútbol callejero. Caminamos un poco más y a la vuelta de la esquina encontramos una joyita de lugar, un pequeño expendio de mezcal. Lo maneja una encantadora familia local que, además de organizar visitas a comunidades locales, nos compartieron algunos de sus deliciosos mezcales curados con una amplia gama de frutas de la región, así como las historias y mitos más entretenidos e interesantes de la zona.
Domingo. A lo largo del camino de regreso a Oaxaca hay mucho que ver. Mientras nos alejamos de la ciudad, pequeñas granjas emergen entre las laderas de las montañas que protegen a Tlaxiaco, y podemos ver campos de maíz y trigo que nos saludan mientras pasamos. También recibimos un par de miradas indiferentes de unas cuantas ovejas y vacas, pastando tranquilamente mientras aceleramos el paso. A medida que el camino comienza a tornarse más sinuoso, lo que nos hace ir más despacio, pasamos por varios pueblos pequeños que parecen encantadores y acogedores. Decidimos detenernos en uno, lo que nos obliga a aparcar y deleitarnos con los enormes templos gemelos dominicanos de San Pablo y San Pedro Teposcolula. Recientemente denominado «Pueblo Mágico», los callejones empedrados de Teposcolula son una delicia para caminar, y la plaza principal está llena de vida del pueblo y botanas locales. Por supuesto, la iglesia es impresionante; pero me sorprenden las pinturas que guarda. Son increíblemente interesantes, mostrando un estilo manierista mexicano muy bien conservado que interpretaban a los grandes pintores europeos de esa época.
Para nuestra última parada, decidimos sumergirnos en otro mercado local. Es domingo en Nochixtlán, lo cual significa «día de mercado» y su famosa barbacoa. Ajetreado y bulliciosos, como uno espera un mercado muy ocupado, pasamos por diversos puestos con tono familiar, ya que muchos de los productos ofrecidos aquí también provienen de la ciudad de Oaxaca. También hay una gran variedad de productos de las tierras mixtecas, provenientes no sólo de Oaxaca sino también del estado vecino de Puebla. Finalmente encontramos un lugar de barbacoa para sentarnos, y pedimos un par de kilos de carne de cordero bien cocida, junto con tortillas y consomé. Cómo para chuparse los dedos, esta barbacoa es diferente a la de Tlacolula, ya que es cubierto en hojas de agave y cocinado bajo tierra. Junto con nuestro pedido, se nos ofrece una bola de masa de maíz extraña pero deliciosa, a la que se le llama simplemente como: «masita».
Por supuesto, todas las cosas buenas llegan a su fin; en nuestro caso, sin embargo, tenemos la suerte de que esta región se encuentre a menos de tres horas de la ciudad de Oaxaca en automóvil. Así que, naturalmente, recogeremos nuestros pensamientos, sensaciones y recuerdos, hasta la próxima vez que visitemos la Mixteca Alta y todas sus maravillas.