Desde Thelonious Monk hasta Frida Kahlo, algunas de las personas más memorables de la historia son conmemoradas por su singularidad. Los humanos son defectuosos y finitos por naturaleza, pero son precisamente estos elementos los que fomentan la inspiración y la creatividad. En este mundo temporal, es necesario abrazar la imperfección, así como el deterioro natural que sirve como núcleo del desenlace existencial que todos compartimos. Por supuesto, estos atributos no están relegados a la experiencia humana, también hablan al barro Oaxaqueño.
El estado de Oaxaca tiene más de 70 comunidades con un enfoque en la preservación y producción de obras de barro hechas a mano. Las tradiciones de barro de esta región se remontan a más de 2,500 años. Los procesos que emplean los creadores contemporáneos reflejan los de sus antepasados. Una gama de tonos neutros y acabados rústicos conforman la mejor parte de estas piezas. En general, el barro local es cocido en pozo y es utilitario, aunque algunas piezas son decorativas. Las técnicas y la estética también varían según la región.

Un alambique del proceso de producción de barro rojo en San Marcos Tlapazola. Foto: Ehren Seeland
Santa María Atzompa es un pueblo mejor conocido por barro con esmalte verde, sin embargo, los artistas locales están innovando continuamente. Al visitar los talleres de este pueblo, uno puede encontrar barro ahumado en tonos moteados de beige, carbón y negro, trabajo detallado de pastillaje, y un arcoíris de esmaltes más allá del tono esmeralda estándar. Los hornos antiguos descubiertos durante las exploraciones arqueológicas sugieren que los métodos de producción modernos reflejan los de hace miles de años en pasado.
A aproximadamente una hora de la ciudad capital, San Marcos Tlapazola es una comunidad rural rodeada de campos agrícolas. Aproximadamente un tercio de la población se dedica a la producción de barro rojo, siendo la mayoría mujeres. Su proceso consiste en una mezcla de arena, agua y arcilla. Se aplica un engobe rojo, luego las piezas se pulen con piedras de cuarzo para fomentar un brillo natural. Los artesanos generalmente no usan un horno, sino una olla abierta que involucra capas apiladas estratégicamente con madera, mazorcas secas y láminas de metal.

Juliana Cruz Martinez preparando la quema en San Marcos Tlapazola. Foto: Ehren Seeland

La quema en San Marcos Tlapazola generalmente dura alrededor de una hora y el fuego se alimenta constantemente durante todo el proceso. Foto: Ehren Seeland
En la Sierra Mixe, los artesanos producen piezas con barro local en la comunidad de Santa María Tlahuitoltepec. Estas piezas están formadas a mano, sin esmaltar y son cocidas en pozo. Tienden a ser pesadas y resistentes, debido a un proceso de quema más largo. Las piezas tienen un tono claro de durazno rosado, con una variedad de marcas de quemaduras del proceso. Además del barro, este pueblo también es conocido por los textiles teñidos con tintes naturales, trabajo de bordado y las amplias habilidades musicales de sus habitantes.
Los artesanos de las comunidades de Río Blanco Tonaltepec y Vista Hermosa Tonaltepec, en la región de La Mixteca Alta, producen obras construidas en cono y quemadas en pozo. Están decorados con un té de corteza que se aplica sobre la superficie de la pieza después de la quema. Los artistas de esta comunidad emplean hornos de piedra construidos a mano que se asemejan a estructuras prehispánicas. El proceso de producción da como resultado piezas que muestran patrones únicos en tonos contrastantes de marrones y rojos intensos.

Barro cocido en fosa ahumada con plantas en el taller de Francisco Martínez Alarzón y familia en Santa María Atzompa. Foto: Ehren Seeland
Si bien lo anterior es una mera muestra de la diversa gama de barro que se fabrica en esta región, estas breves reseñas ayudan a aclarar las similitudes que comparten estas piezas. El barro Oaxaqueño viene de la tierra y vuelve a ella. No solo sirve como testimonio del conocimiento ancestral, sino que también habla de las personas y de los procesos detrás de él. Cada marca de quemadura y huella digital que se encuentra en la superficie nos recuerda que estas piezas están hechas por personas – no por máquinas. Estas obras representan el orgullo por la herencia y la conexión. Los rasguños de la superficie y las variaciones en los tonos no son defectos, sino indicaciones del poder de familia, cultura y herencia creativa. En esencia, estas piezas son reliquias históricas tangibles que tenemos la suerte de sostener en nuestros manos.

Barro con esmalte en el horno de la familia Martínez Alarzón en Santa María Atzompa. Foto: Ehren Seeland
Para aquellos que no están familiarizados con las propiedades del barro Oaxaqueño, es vital saber qué esperar antes de invertir. El barro sin esmaltar y cocido en pozo debe lavarse a mano. Es poroso y sudará cuando retenga líquido durante largos períodos. Cuando estas piezas entran en contacto con aceite y mantequilla, pueden mancharse. Los tenedores y cuchillos dejarán rayones en la superficie. Dicho esto, con el tiempo y el uso, estas marcas se convertirán en una pátina hermosa.
El barro local es distintivo e impermanente, al igual que los seres humanos. Las personas desarrollan arrugas como un registro visible de la vida, mientras que las marcas en estas piezas representan la experiencia colectiva – la de las comidas compartidas, las flores arregladas y las bebidas degustadas. Es en esta imperfección y efímera que reside la intriga y la individualidad. Estas piezas están aquí por un corto tiempo en el sentido físico, pero los legados culturales detrás de ellas viven en el conocimiento que se transmite de una generación a la siguiente. Verdaderas leyendas, por su propia forma.

Botellas de mezcal de barro detallada por Francisco Martínez Alarzón y familia en Santa María Atzompa. Foto: Ehren Seeland