Existen bosques importantísimos enclavados en las serranías de Oaxaca. Los de los pueblos mancomunados de la Sierra de Norte de Oaxaca son un ejemplo admirable. A tan sólo un par de horas en carro desde la capital del estado, por carreteras panorámicas, se puede llegar a esta región especial por sus características socio-ambientales.
Hogar de unos de los bosques templados mejor conservados del país, esta región es gobernada por ocho pueblos y comunidades zapotecas que comparten el cuidado de los bosques a través de una colaboración inusitada: el “mancomún”. Una forma única de propiedad comunal de la tierra.
Los pueblos serranos unidos territorialmente por esta figura especial son Amatlán, Benito Juárez, Cuajimoloyas, La Nevería, Lachatao, Latuvi, Llano Grande y Yavesía. Pero para entender esta mancomunión hay que dar un paso atrás y concebir que en estos y otros pueblos y comunidades zapotecas, mixes y chinantecas vecinas prevalece una tradición milenaria: la comunalidad.
La comunalidad es una forma de vida y organización representativa de los pueblos originarios de esta región. Ha sido conceptualizada por sus pensadores, intelectuales y habitantes, como Floriberto Díaz, Jaime Luna, Benjamín Maldonado y Tomás Cruz, entre otras y otros.
Para describir esta “forma de nombrar y entender el colectivismo indio”, como lo define Benjamín Maldonado (2003), varios pensadores coinciden en que son cuatro o cinco pilares los que fundamentan la vida comunal de estos pueblos originarios:
El primero de los pilares es la tierra y el territorio comunal: Una intricada suma de elementos materiales e inmateriales –no privados- que integran el lugar que se habita. Lugar en el que las y los pobladores no se piensan ajenos al territorio y sus bienes, sino parte fundamental del mismo.
El segundo pilar tiene que ver con la gobernanza comunitaria, que se construye a partir de la autoridad y poder comunal, cuya máxima expresión es la asamblea comunitaria. Estas formas de autoridad adoptan un complejo sistema de cargos; responsabilidades y obligaciones que la asamblea y comunidad reparte, a manera de servicio, entre sus habitantes; quienes siempre tienen que rendir cuentas a la comunidad.
El tercer pilar es el tequio: el trabajo o servicio colectivo y comunal, gratuito, que puede ser muy variado, por ejemplo, abrir un camino, limpiar un arroyo, vigilar el pueblo, etc… Pero cuyo fondo siempre es el mismo: anteponer los intereses de la comunidad a los intereses individuales, y ofrecer horas de trabajo y servicio para la reproducción y el bienestar de la comunidad.
El último de los pilares es la fiesta comunal, los ritos o las ceremonias, como expresión final de los valores y dones comunales. La celebración es la expresión por excelencia de la comunalidad, en donde todo: alimentos, trabajo, adornos, ideas, se comparte y se comunaliza. Varios de los pensadores antes mencionados coinciden en que este elemento es al que los otros apuntalan: en la fiesta se reafirma la identidad, los ciclos fundamentales de la vida en la tierra, y la razón y forma de ser de las comunidades.
Éstos pilares no están separados ni son más importantes de otros elementos característicos del intricado sistema de vida comunal, como lo son la educación tradicional y comunitaria, el derecho tradicional (o normativa interna), las lenguas y símbolos, cosmogonías y cosmovisiones; la vida ceremonial, las expresiones artísticas, la división del trabajo, la vestimenta y preparación de alimentos propios de los pueblos, la herbolaria y medicina tradicional, entre otros.
Recientemente visitamos uno de los ocho pueblos mancomunados de Oaxaca, en donde pudimos caminar a través de senderos y bosques cuidados colectivamente y que además cumplen una función ecológica importantísima.
Las cerca de 20 mil hectáreas de bosque que comprenden los pueblos mancomunados tienen ecosistemas valiosísimos por su capacidad de capturar y regular grandes cantidades de agua dulce y por hospedar un número importante de flora y fauna. Pero además son bellísimos. Los ojos no dan para alcanzar a ver tantas nubes; tantas montañas y cerros cobijados por millones de pinos multiformes, que no pierden su verdor ni en los meses más desgraciados por la sequía.
Son montes y cañadas húmedas y fértiles donde se gesta la vida para cientos de especies, muchas en peligro de extinción como la zorra gris y el venado cola blanca. También es el hogar de las y los pobladores zapotecos, muchos de ellos campesinos, que los recorren a diario para trabajar sus tierras.
Hicimos una excursión de un día a San Antonio Cuajimoloyas con Coyote Aventuras; una empresa de turismo y ecoturismo local de Oaxaca que tiene como principio “pedir permiso, logística y espiritualmente” para profundizar y viajar más allá de los lugares ordinarios. También organizan tours personalizados de varios días en los que se puede hacer senderismo y ciclismo de montaña, entre otras actividades.
El ascenso a la Sierra Norte desde la capital del estado, además, es lindísima. Los Valles Centrales de Oaxaca en ésta época del año se extienden áridos y serenos frente a las primeras faldas de la Sierra. En la época de lluvias se prenden de un verde intenso, y el cambio de vegetación es visible conforme se asciende a una región muchas veces repleta de nubes.
San Antonio Cuajimoloyas es un pueblo zapoteco que se ha organizado por más de dos décadas para cuidar sus bosques y ofrecer servicios eco turísticos comunitarios como una alternativa sustentable para aprovechar sus recursos naturales sin sobre-explotarlos.
Muchas de las empresas comunitarias que han creado los pueblos mancomunados no responden a intereses particulares, sino a los intereses que las comunidades, a través de sus ejidatarios y comisariados, resuelven. Por lo mismo, antes de comenzar la caminata, es importante presentarse en la oficina del centro eco-turístico en donde se asigna a una guía comunitaria que acompaña y explica durante todo el trayecto.
A nosotros, por ejemplo, nos explicaron que en estos bosques existen cerca de nueve especies diferentes de pino. Vimos algunos como el Oyamel y el Ayacahuite; comparamos la forma de sus piñas y sus troncos. Intentamos diferenciar sus formas desde la cima de un mirador natural, en donde es posible admirar el bosque que se extiende como un largo tapete parchado de diferentes tonos de verde, sobre una serranía corrugada e inabarcable.
Fue un día memorable de caminata por un pedacito de los inconmensurables bosques mancomunados de la Sierra Norte de Oaxaca.
* Este post fue patrocinado por Coyote Aventuras *